Seres de otro planeta aterrizan en este astro que es la Tierra. Son seres superiores y consecuentemente con cierto grado de inteligencia y juicio. Así que deciden pasar inadvertidos situándose en otra dimensión imperceptible a nuestros ojos y nuestros sentidos como no. Pero están aquí. No hay recoveco para la vacilación.
La telequinesis son capaces de dominar, y la mente pueden leer así que están en el contexto idóneo para llevar a cabo su estudio sobre la actitud humana: no pueden ser percibidos, y a la vez pueden conocer todos los recovecos de la especie humana.
El primer lugar de análisis: el metro de esta ciudad. La primera cobaya humana es ese chico con la mirada puesta en el suelo. No necesita a nadie y paradójicamente cree estar solo, se repite constantemente. Incomprensiblemente el forastero confuso observa que a su alrededor hay todo un mundo. La chica de al lado busca a alguien que sienta su individualidad . El del vagón de al lado quiere sentir esa individualidad de una chica.
El carterista de la gorra espera a su próxima víctima. Un chico frente a una chica. Ambos anhelarían entablar una conversación. Es más, a ambos les cautivaría comenzarla con la persona que tienen enfrente.
Afligido el ser de otro planeta intenta entender ese extraño hecho de que pese a que ambos lo anhelan, ninguno da el primer paso. Su súper cerebro comienza a trabajar más rápido. Consume más fluido de la bombona de lo que en un principio había estimado. Observa que todos necesitan un complemento, pero nadie posee un complemento. Lo que es peor aún, nadie hace nada por conseguir ese complemento.
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Sí, no le quedó más enmienda que coger ese artilugio tan sofisticado, dividir por cero y auto inmolarse ¡PUM! Afortunadamente su tecnología estaba preparada para no afectar gravemente a estas tres dimensiones, así que los pasajeros sólo percibieron el cortocircuito.
Nadie conoce los hechos excepto yo, que era su complemento. ¡Malditos seáis!, ¡habéis terminado con él! ¡Ahora usaré mi tecnología contra vosotros, pues!
-Agente Mulder, la verdad está ahí fuera, digo yo.