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lunes, 24 de octubre de 2011

¡Le reto a un duelo!



El trato ya cerrado. Demasiado tarde, no hay vuelta atrás.
El duelo a la hora estipulada. En punto. Ni un segundo antes, mucho menos uno después. El sol aunque cegador, resulta idílico. Alentador. No puedo evitar echar un vistazo hacia arriba, a la  que quizás sea mi última vez. Puede que no vuelva a sentir ese astro abrasador en mi rostro repleto de llagas causadas por él. Anhelaré su hartazgo.

La calle desértica, salvo por lo que tengo ante mis ojos, a unos metros ante mi sombra. El ambiente seco, una gota de sudor recorre mi rostro, carraspeo para sentir que estoy viva. Desierto a mi alrededor. Diviso numerosos ojos observándome tras el empañado del cristal. Ya todo eso da igual. Frente a mi está ese forajido llamado Destino; sólo uno puede sobrevivir. Si enfundo mi arma y disparo primero, he ganado. Contrariamente, si él lo hace primero, pierdo. Muero. Sin despedirme como es debido.

No puedo titubear. Juego psicológico preliminar. Jamás logrará oler el miedo.
Armas en la funda, manos en sus posiciones, dedos agitándose, espuelas rozando el suelo al compás… ¡UNO!... ¡DOS!... ¡TRES!…

¡Ahh! Cabía esperar. Destino siempre ha sido un buen pistolero. ¡Maldito malhechor! Instantes antes de mi fin, ya sólo me queda morir con dignidad. Jamás consiguió doblegarme. Me enfrenté a él en cuanto tuve oportunidad. Aquí no hay hueco para la lamentación, ni para el miedo, ni para nada.

Transigir con la realidad, doblegarme al destino, ¡JAMÁS!
PumPum, PUM... ... ... ¡PUM!… latidos de mi corazón más y más vertiginosos. Fulminantes. Uno último. ¡Consumación!.

Aves carroñeras deambulan por ahí.  Las siento por el cambio en la intensidad de la radiación lumínica. Por la penumbra que crean en mis ojos cerrados. Pero qué más da.
Como ya se dijo antes, ¡JAMÁS!