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lunes, 18 de julio de 2011

Una historia real de ciencia ficción

ADVERTENCIA: POR DIOS, QUIEN CREA QUE SOY YO EL PROTAGONISTA ES QUE ES IDIOTA Y/O SUBNORMAL (aclaración por si acaso, que sé que hará falta). Lo sé, los que carecen de total imaginación jamás podrán entender que esto no tiene nada que ver conmigo. 

...Y cualquier coincidencia con la realidad es mera casualidad o causalidad o yo qué sé.
Un día nace. Eso es todo. Pero más tarde e inexplicablemente decide tragarse toda esa basura sobre el amor, la bondad de la humanidad, el perdón, el compartir. En definitiva, ese vomitivo bodrio inventado por los más fuertes para doblegar y evitar así la sublevación del conjunto de los débiles. Débiles de esos que ya quedan pocos. No me jodáis, no se trata de religión, ni temas relacionados. Nada tiene que ver. Los hay creyentes que nada tienen que ver con esa descripción, pues su enflaquecimiento y compasión son inexistentes.

En definitiva, nuestro protagonista era un perdedor débil. Quizás sería más justo añadir que era un perdedor porque era débil, no un perdedor débil, que es bien distinto. Este concepto de perdedor en numerosas ocasiones está íntimamente relacionado con la sensibilidad y la inteligencia. Así que efectivamente, el personaje en cuestión tenía ambos defectos, sí.

Creció no sin ciertos percances que para mí, el narrador carecen de interés. Decidió un día estudiar una gran carrera para contrarrestar otras carencias, quería… ¡no sé lo que codiciaba!, no era yo, ni tampoco soy su cerebro.

Pero poco después se da cuenta que aún modificando su entorno, cambiando la gente… su estado era el mismo, poco había cambiado. De hecho parecía idéntico pero en un entorno diferente con gente distinta.
Tras unos meses de autoengaño y decepción, decide asimilar la realidad y admitir que eso de cambiar de aires era vacío existencial, la nada. Ese no era su destino. Decide pues, retornar definitivamente al nido familiar.

Desafortunadamente había olvidado que se trataba de lo mismo, y que quizás el mirar atrás tampoco era la mejor opción, ni siquiera una opción ligeramente positiva.
Aquel lugar era un agujero infestado de cuervos rojos por ese sol propio de la montaña y de ciertas alimañas que coexistían con carroña que adquirir a un módico precio. 

Una vez estuve allí, el sonido que emitía el lugar era cuanto menos desagradable y escabroso: oscuros tintineos de madrugada, ruidosos aullidos a medianoche, graznidos secos y repletos de eco bien de mañana… Continua serenata amarga diría yo.
(Esta imagen ha sido robada de una web. Si existe
algún interés en ello, pinche sobre la imagen )
El hombre retorna a ese arcaico y rancio lugar donde toda esa alimaña enferma conoce a la carroña y la carroña a la alimaña. Pero la alimaña siempre termina alimentándose de la primera.

Yo describiría el lugar como oscuro, de noche. Sí, así, imaginadlo de noche con luna llena. Esa era la única luz que se podía vislumbrar por aquellos repugnantes parajes. Pero él no lo recordaba tan oscuro, ni tan ensordecedor. El creía que tornaba y ya está, sin más.

La situación poco a poco cambiaría… pero de un modo no precisamente esperanzador: oía murmullos, como de decepción pero no llegaba a captar del todo si ciertamente era así. Simplemente lo suponía.
Yo también oí esos murmullos en aquella ocasión que os narro, y daban esa impresión, sí.
Pero él trataba de hacerlos acallar no sé ni cómo. Quizás sólo fingía no percibirlos. 

El nido familiar era el único cobijo que encontraba en esta cosa a la que llaman vida. Allí podía encontrar la comprensión y la compasión que fuera no hallaba en ni un solo recoveco entre esas penosas alimañas.
Aún así no era suficiente. Supongo que para nadie sería suficiente, por muy confortable que fuera ese nido a base de barro y ramas bien ubicadas unas sobre otras.
Esas voces no acallaban, eran ciertamente impertinentes, incluso penetrantes hasta la saciedad, blablablá… constantemente. ¡PLAF! Un estruendo se oyó desde el fondo de su ser. Decayó. 

Pero aún así ese nido le seguía sirviendo a modo de consuelo. Sin embargo, un día la mitad de ese nido se desplomó. Todo es efímero. Hasta esa parte que tanto le protegía. Por mucho que no se pretendiera su desvanecimiento, lo efímero no es infinito; si no, constituiría una paradoja en sí.

Al día siguiente, la otra mitad del nido cae por culpa de un rifle cargado con saña y rencor, que el propio nido había cargado y apuntado sobre sí mismo. Bueno, con el arma y unos hilos estratégicamente situados entre éste y sus pies. De forma que con el ligero movimiento de uno de sus pies, pudiera hacer retroceder el gatillo lo suficiente como para permitir la salida de una bala dirigida directamente hacia la cabeza de esa triste y decepcionada mitad. El pie era el que apretó el gatillo, pero fue la soledad y la incapacidad de cubrir esa soledad con otra actividad u otro segmento de otro nido el que elaboró estratégicamente el plan, ¡PREMEDITACIÓN! Así actúa la maldita soledad. Al menos eso dicen, yo qué sé.

Nuestro protagonista se encuentra sin nido, en un lugar tan oscuro y ruidoso... Pero lejos de hallar la compasión de las alimañas y de hasta la carroña, se percató de que esos susurros pasaban a gritos, a graznidos oscuros y desgarradores. Sólo pude descifrar de los murmullos una estúpida suposición: “él era el culpable, él, él había presionado el gatillo, él, está claro, él, no la soledad, ni el pie, ¡él! ¡A por él!”, graznaban una y otra vez. El no podía acallar esos desgarradores graznidos. Y se percató de que jamás los haría silenciar por más que lo intentara desde el fondo de su ser.

Así que una mañana, se levanta, con todo el juicio que le permitía su persona, frota sus ojos con ayuda de sus lánguidas manos para poder apartar tanta legaña atorada en su ojo y sin vacilar, decide su locura. Era el único modo de apaciguar su grito interior y los jodidos graznidos. Esos que, en los últimos meses no cesaban ni siquiera de madrugada. A veces hasta los aullidos le reconfortaban. Al menos éstos eran valientes y hacían cesar en su actividad a esas cobardes alimañas. Pero eso no implicaba prosperidad en absolutamente ningún aspecto.

Una cosa debéis de tener en cuenta: las alimañas jamás sentirán compasión del conejillo débil. Aún siendo éstas las culpables de su catastrófica debacle. Pues ahora, lo único que logro percibir son carcajadas hacia ese pobre y débil loco. 

Valientes cobardes las alimañas estas.
Y sí señores, ese lugar existe. Regocijaos, pues no  está en vuestros corazones, pero existe.