Esterilizada. La sala huele a esterilización. Desinfectante, capaz de eliminar el 99.9% de las bacterias en el entorno. Pero no sirve de nada. Acaba de entrar, introduciendo nuevos microorganismos en la sala. Huele a esterilizado pero es mentira. Los microorganismos nos infestan. Están por todas partes. De nada sirve el detergente. Ni fumigar. En cuanto termina de limpiar, el lugar vuelve a sus orígenes infestos. Una y otra vez, una y otra vez. Lo percibo. No sirve de nada. El pasar las uñas de mi mano izquierda sobre mi antebrazo derecho insistentemente tampoco, pero me calma.
Es la sala de espera. La sala de espera infesta, donde nada tiene sentido. Esperar. Segundo tras segundo, minuto tras minuto. Uno, dos tres. Hace ya mucho que perdí la cuenta. Vuelo a comenzar. Uno, dos, tres,… no importa. La sala de espera ya no sólo apesta a desinfectante, exhala prejuicio, rencor, malestar. Me revuelve el estómago. El reloj me muestra su movimiento. De nuevo comienzo a contar. Ya perdí la cuenta de las veces que perdí la cuenta. El color me repugna. Hace juego con su impregnación, es un tono esterilizado no hay duda. Un color apático, desasosegado, que no dice nada de nada.
Estoy cansada de esperar. Cada segundo que pasa se me hace más y más espantoso, más nefastamente largo. Uno, dooos, trr trr treesss… El tiempo parece detenerse. Sin embargo, el espacio de repente parece agitarse más y más rápido. Siento nauseas. Las coordenadas de mi posición parecen situarse muy lejos del origen cero tomado como origen del radio. Lo sé. Por ello mi posición se agita más y más. Aceleración centrífuga y centrípeta muestran su cara.
Quiero salir, necesito aire fresco. Entonces la claustrofobia que nunca antes había aparecido, me envuelve rápida y completamente. Veo colores, siento olores, escucho sonidos, mis manos palpan sensaciones,… pero todo se percibe completamente esterilizado. Una sensación engañosa. ¡Todo! Ya está bien. No quiero volver a esperar. Esta sala es demasiado pequeña para mí. Demasiado tarde para continuar la espera. Me voy. No volverás a hacerme esperar.
Comienzo la vertiginosa carrera, para que nada ni nadie trate de detenerme o me capture. El vestido blanco de raso bate al compás de mi aterrado paso, se balancea. Todo es percibido a cámara lenta. Trato de correr todo lo que puedo. Pero no es suficiente. La fricción que ejerce la atmósfera sobre mí es enorme y me impide alcanzar velocidad. Al igual que tantas otras veces ocurrió en mis pesadillas. Logro vencerla al fin. Me detengo en seco. Nunca nada ni nadie me retuvo. Entonces, ¿todo era por mi propia voluntad?, ¿esperé por mi propia aquiescencia?, ¿fui mi propio verdugo?, ¿cómo lo conseguiste?
Ahora ya ni siquiera quiero hallar respuesta. Sólo quiero correr, encontrar la salida. Tengo miedo. Esterilizado. Callejón sin salida. Otro más. Pero sé que al final del pasillo encontraré la salida. No existirán suficientes bifurcaciones ni subdivisiones para hacerme vacilar en mi propósito. Mirar al alrededor y no ver la luz al final del pasillo. Poco importa. Porque sé que la localizaré. Pronto.
-Mi sala de espera en este momento: el P.F.C. ¿la tuya?