.

.

lunes, 24 de noviembre de 2014

El metro de después

Presentes en una sala a oscuras os halláis, iluminada vagamente por una pequeña lámpara en la mesilla de la esquina izquierda. Hay un espejo dónde podemos ver el reflejo del foco de luz, una silla en el centro junto a una sencilla mesa color natural y nada más. Ella hace acto de presencia. Se arregla ligeramente el vestido rojo de lunares blancos y se sienta con las piernas cruzadas. Enciende un cigarrillo al segundo intento. Se tiende a un lado y apoya su brazo sobre la mesa, situada a su lado derecho, mientras da una calada. Entonces apoya su cabeza sobre su mano derecha y mira al espejo de enfrente. Ella imagina que tú también haces acto de presencia y comienza a escupir un monólogo con los ojos entrecerrados, signo como de cierta concentración. Ella dice así:

-Dominar el lenguaje es fundamental. Te da seguridad y muestras el mejor lado de tu intelecto y personalidad. De hecho, con un poco de creatividad haces auténticos malabares. Puedes hacer que una chica cualquiera, elegida al azar, se quede, como mínimo, perpleja y desorientada tras el adiós final. Un día la conoces, le hablas sobre temas existencialistas, incluso del miedo y del porvenir, terminas por decir que no eres de esos hombres.

Aprovecha una breve pausa para arreglarse recatadamente el vestido de lunares. Un momento, ¡shhh!, silencio, que continúa.

-Lo difícil es creerlo. Incluso el no creerlo lo hace más cautivador. Dominas incluso las pausas, el saber esperar un breve instante; lo justo; lo exacto. Controlas las distancias con la precisión de un sensor láser. Eres capaz de reunir todos los peores clichés y que a pesar de lo evidente, cayera rendida a tus pies. Maldita sea, ¡¿cómo lo conseguiste?!

Definitivamente le has convertido en una ilusa y le has hecho incluso vacilar.

No lo olvidaste. Mantuviste la calma. Justo antes de despedíos, ella preguntó tu nombre. Justo cuando, muy oportuno, el metro llegó a su parada. Tú, manteniendo la calma, respondiste con un escueto y sosegado "no te lo voy a decir". Sabías que el metro no esperaría y que ella se alejaría instantes después. No fue necesario insistir, pues con firmeza sabías que al final, ella te buscaría y te encontraría una parada más allá, en el metro de después.

Pero continúa sin saber tu nombre.