Esta zona metropolitana se agasaja de tu tiempo, lo despedaza, te lo va robando y tu acatas. En un abrir y cerrar de ojos elimina parte de tu esencia. Entras y no puedes salir. Te desgasta pero no lo puedes dejar. Entras en una espiral que no puedes detener.
Lo peor lo hace aún mejor. Abres un libro y enseguida, sin saber cómo, te percatas del hurto. Así una y otra vez, una y otra vez. De repente se oscurece, miras atrás para ver si han sido ellos, pero no los adviertes. Vas a la cama.
Te levantas y miras la mesita; esta vez no te han desprendido de la luz, sino de su aniversario, ¿dónde se han llevado este mes?; pestañeas y de repente no sólo no encuentras el mes sino que se afanan de un año más. No puedes luchar contra ellos. Ya sólo te queda una cosa por hacer: no permitir que los demás roben tu tiempo para compensar el hurto del que también ellos han sido víctimas.
El Ángel Exterminador. Película de L. Buñuel que cambió en parte mi vida y me dio la única respuesta posible: es suficiente con la física cuántica; que los demás no te hagan perder el tiempo también. Obviedad que no percibí hasta ver dicha película.