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miércoles, 12 de noviembre de 2014

El bosque


Sabes que hay oscuridad. Suena un claxon a lo lejos. Estás en un bosque frondoso. Con nieve. No conoces tu posición. Aunque no lo admitas, te hallas bloqueado y perdido. Todo tiene aspecto de un bosque nórdico pero no lo es. Puedes ver la condensación de tu respiración. No te alarmes, es vapor de agua que pasa a un estado de minúsculas gotas. Sientes tu nariz y mejillas enrojecer. La escena es de color azul y hielo.

Las horas de oscuridad son largas. Hace frío, evidentemente. Tu corazón trabaja a elevadas revoluciones. Es el miedo. Aquel que te impide desplazarte, el que te bloquea, pese a que sabes que lo más sensato sería correr y huir del lugar. Por él permaneces inmóvil, incauto. Un aullido a lo lejos. Un sobresalto recorre tu ser.

No sabes cómo has llegado hasta ahí. Te hallas perdido. En medio, entre la nada y el todo.

Cierras los ojos fuertemente. Cuentas hasta tres. Abres los ojos. Continúa la oscuridad. Respiras fuertemente. Inquieto, vuelves a cerrar los párpados para no ver. Cuentas hasta tres una vez más. Así una y otra vez.

En última estancia, a sabiendas de que todo seguirá igual, con la esperanza del que ya nada tiene que perder, cierras los ojos y cuentas una vez más. Al abrirlos todo entra en calma. La temperatura aumenta en cierta medida. El tiempo parece detenerse. La brisa se detiene. Se hizo el silencio.

Un señor con gabardina aparece entre la nieve. Con gabardina y sombrero. Anda con cierta dificultad al hundirse entre la nieve. Se aproxima. Como la presa hacia su depredador, decides quedarte inmóvil con la esperanza de que sólo pueda divisar por el movimiento. Pero no es así. Es un señor con gabardina.

El señor se detiene a un par de metros frente a ti. Te mira fijamente a la cara. La oscuridad te impide diferenciar su rostro. Pese a que parecía ser de día. Sólo ves una silueta frente a ti que sabes que te mira fijamente aunque no puedas diferenciar dicha mirada. Enciende un pitillo. Tu cuerpo ya no puede más, la circulación de tu sangre es tan veloz que comienzas a temblar. Pero tu mirada continua enfocada hacia la silueta, pestañeas lentamente y respiras por la boca.

De repente se hace la luz. Ahora la oscuridad. Era un flash. No divisas nada más. No puedes diferenciar su mirada. Todo lo que diferencias es el terror, el no saber cómo reaccionar; así que decides no hacer nada. Simple. Él espera fumando. Apaga el cigarrillo entre la nieve, lanzándolo hacia un lado. Sientes como la nieve lo apaga, oyes la delgada capa de nieve alrededor derretirse. De nuevo oscuridad. Oscuridad y una cortante brisa.

Pero entonces el hombre comienza a hablar, solo que no habla, simplemente un líquido amarillento comienza a salir por su boca. Bilis, o no sé. Es repugnante, e inmóvil frente a ti, sabes que su mirada está fija sobre tu figura, pero en lugar de gesticular, o mediar palabra, se queda frente a ti segregando bilis por la boca. No lo hace de otro modo porque sabe que eso te aterra aún más. El silencio te aterra.

Sabes que correr no te servirá de nada. La quietud te dará unos segundos de ventaja con respecto a algo, pero no sabes exactamente qué . Por qué alguien te haría eso. ¡Por qué! Jamás lo entenderás.

Hay que admitir que la silueta es elegante. Una silueta oscura y elegante. Alargada y sosegada. Es una ciudad que te hiere, nada más. Menuda mierda, un día estás y otro no. El miedo no lo puedes evitar. La angustia tampoco. Rezar no sirve de nada.