Ella tiembla y respira
violentamente. Parece salir del fango y parece huir. Está
aterrada, mira hacia los lados como temiendo el enfrentamiento. Entonces mira
su mano asombrada mientras respira entrecortadamente.
Comienza a respirar más rápida y apresuradamente si cabe. En
su mano… maldita sea. De su mano comienza a brotar una masa oscura y viscosa similar al
petróleo. Al observar la sustancia pegajosa y a la vez compacta, como acto reflejo consecuencia del proceso evolutivo, siente terror por lo desconocido. Ella grita. Sacude la mano.
¿Qué me pasa? Se producen incesantes y
entrecortadas respiraciones diafragmáticas. En un segundo intento, sacude la mano; la masa se deforma, ella intenta
despegarla con la otra mano pero no sirve de nada. La masa viscosa se deforma
infinitamente, parece un cáncer. Por mucho que la estire nunca da de sí. Trata
de fijarla a algún lugar y alejarse, pero tras su elongación siempre vuelve a la condición inicial sobre su mano. Cuánto terror y desamparo. Trata de despegar la masa negra
de ella. Con nulo resultado.
Ahora trata de pedir ayuda. Un incauto se apiada
de ella. Es entonces cuando logra despegar la masa cancerígena de su mano, abandonándola sobre el cuerpo de éste. Ella corre. Mira hacia atrás y corre aun más rápido.
Él no puede seguir su ritmo pero tampoco la deja atrás. Ella continúa
corriendo. Desciende la rampa de la ciudad. De fondo el arco de La Défense.
Una vez con los dos cuerpos sobre el suelo, uno encima del otro, ella comienza por una mirada intensa directa a sus ojos. Ambos mantienen sus miradas sobre el otro. Tras una ligera pausa para lograr recuperar el aliento, comienza a besarle rápida y agitadamente.
Él también. Ya nada existe para ellos, ni la ciudad, ni el incauto, ni el consumismo, ni las luces, ni el ser, ni siquiera el no ser, el dejar de existir. Sólo ellos. Continúan besándose, con los ojos cerrados. Como si el mundo se fuera a acabar instantes después. Ahora nada importa nada. La masa corrosiva comienza a envolver su pie izquierdo, se extiende, crece… poco a poco envuelve a ambos cuerpos; desde los pies, pasando por su abdomen en constante contracción-relajación para finalizar por sus labios.
Ahora sólo queda una masa oscura y viscosa al final de la pendiente del arco de La Défense.
Una masa inflamable. Todo termina ahí. Qué más da joder, mereció la pena aunque terminara en fuego segundos después. Aunque terminara quemando. Qué mas da.
Porque pese a todo, pese a los miedos y a sus pesares, pese a sus odios… cuando deciden mirarse a los ojos en silencio, es cuando se percatan de que nada importa nada. Que todo se perdona.