-Jimmy, ¡tenemos un problema!. Debemos recuperar la tea humeante lo antes posible. Antes de que Mr. Weisser logre despertar del sueño y se percate de la inexistencia de su codiciado trofeo. ¡Utiliza el difuminador de coordenadas!, ¡rápido!.
Jimmy lanza el difuminador y ahora una masa humeante aparece y justo a sus pies para finalmente saltar sobre ésta. El origen de coordenadas es ahora el difuminador. Jimmy tiene miedo de perderse así que sujeta el difuminador con una tenue pero segura seda de pescar. Así, contando los pasos puede saber aproximadamente el módulo del vector, pero no la coordenada exacta. Aún así, le sirve para calmar su padecer. Sabe, al igual que Mark que el tiempo corre en contra suya. Todo mal paso será controlado por los Iluminados y será penalizado en términos de tiempo. Por cada error la cuenta atrás se desarrolla aún más deprisa. El tiempo logra adelantar al tiempo y un segundo ya no es un segundo, sino que dos tercios. Así todo ocurre cada vez más aprisa. Puede que erren tanto, que tras un cálculo estimado, el resultado sea negativo y deban vida a alguien. No sabemos a quien. Quizás a uno de aquellos Iluminados. La razón por la que Jimmy y Mark no pueden errar. Aún así errar es humano, pero ellos no son exactamente humanos. En realidad fueron creados artificialmente. Ellos creen ser uno más de entre la multitud pero no lo son y los marcadores en sus respectivas muñecas no dejan lugar a dudas al resto que sí pertenece al género humano. Mark, ahora sentado en cuclillas reflexiona. Él no sabe hasta cuándo podrán seguir así. La duda les corroe por dentro. Entonces mira sus manos.
No han sentido nunca aquello que es amor, ni siquiera han defecado en alguna ocasión y, sin embargo, creen ser poseedores de la cualidad humana. De la mísera cualidad humana. Pero no es así. Son androides de carne y hueso. De carne y hueso. No sirve de nada que huyan, se escondan o tengan secretos. Todos los conocemos. Conocemos sus defectos, sus cualidades, sus maldades, sus bondades también. De hecho los creamos para nuestro mero entretenimiento. Conectamos el ordenador, la tablet, incluso el reloj y podemos disfrutar de su sufrimiento, de sus no pasiones, pero jamás les veremos defecar. Eso es feo.
Disfrutamos de ellos en directo, en 3D y, para los hipster, en 2D también. Pueden ser vecinos nuestros, o compañeros de trabajo. Quizás. Jugamos a ser una especie de dios y disfrutamos con ello. De hecho numerosos científicos, programadores, telecos, incluso bioquímicos, investigaron durante largos periodos cómo poder dominarlos sin necesitar un control remoto: les dimos la cualidad del miedo y el sufrimiento. Pero no la pasión. Les dejamos incompletos a posta, negándoles el aferro a alguien y ellos, aunque desconocedores de toda la verdad, conocen dicha falta y no saben por qué ni qué es exactamente. Ahora todos podemos ser partícipes de la mass-media, podemos protagonizar unos instantes (todos los que queramos) de gloria. Es sencillo, no necesitamos una inteligencia superior, ni siquiera dentro de la media, ni tener cualidades físicas especiales, tampoco necesitamos tener una tesis. Simplemente formas parte de la historia. No hay derechos de autor, ¡guau!.
Weisser despierta y mira su muñeca. Busca la tea, pero no logra avistar nada. No sabe nada. Mira su muñeca con cierta desesperación. Con miedo, respira impulsivamente, sonoramente, abre los ojos, casi tanto que parece que vayan a salirse de las órbitas. Weisser despierta en una sala blanca. De nada sirve buscar la tea. Weisser cree saber lo que es. Como resultado obtenemos una paradoja. Jimmy y Mark consituyen la paradoja.
Blanca y acolchada. Pero en realidad ellos forman parte de los seres que participan en su historia activamente. Es un señor con bata blanca y bigote canoso. De semblante serio y con una etiqueta en el bolsillo de la bata que dice "Dr. Chelvoski".
¡Qué costumbre la de poner el apellido!. Cuál será su nombre de pila, ese con el que le llaman los hijos, la ex mujer, la de la panadería de la esquina...
Weisser no sabe cómo continuar su existencia, así que sólo le queda algo que hacer: ver la vida pasar mientras escucha unas risas enlatadas de fondo; la cámara capta un primer plano de su rostro desencajado e inmóvil, y se aleja para mostrar una pulcra e inmensa sala, con el doctor y su paciente exactamente en el centro. El doctor examina a su vez el oído del paciente.
¡Qué costumbre la de poner el apellido!. Cuál será su nombre de pila, ese con el que le llaman los hijos, la ex mujer, la de la panadería de la esquina...
Weisser no sabe cómo continuar su existencia, así que sólo le queda algo que hacer: ver la vida pasar mientras escucha unas risas enlatadas de fondo; la cámara capta un primer plano de su rostro desencajado e inmóvil, y se aleja para mostrar una pulcra e inmensa sala, con el doctor y su paciente exactamente en el centro. El doctor examina a su vez el oído del paciente.
Él busca humo a su alrededor. Pero no hay tea. No hay marcador. No hay nada. Sin nada todo es desesperación, pues nunca hallará respuesta alguna sobre quién es realmente.
P.D. No me gusta nada el relato. He perdido la inspiración. Qué porquería. Os dejo una temporada.